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Luces de la Hispanidad, de Santiago Cantera.

Portada de 'El Norte'.

america hispanica: la obra de españa en el nuevo mundo-borja cardelus y muñoz-seca-9788418578427

Quienes no sepan como adquirir los libros pueden dirigirse a nuestra Asociación a través de la sección de contactos de esta web

https://www.planetadelibros.com/libro-madre-patria/329883

Nuevo Libro de Marcelo Gullo.

Interesante libro de este profesor, doctor en Filosofía, donde apunta la importancia de la Hispanidad para resolver el nudo gordiano que nos afecta a los hispanos en nuestra decrepitud inducida por los nuevos poderes emergentes desde el siglo XVIII.
http://www.gratisdate.org/archivos/pdf/34.pdf

En el siguiente link de la web de Hispanismo se puede descargar el libro, dando por supuesto que el autor lo permite.

https://hispanismo.cl/libros/quito-fue-espana-historia-del-realismo-criollo/

Importante ver la acción de la masonería en la descomposicion de la Hispandad.

Referencia inexcusable para desmotar la Leyenda Negra.

Desde el plano filosófico se pueden ver los entresijos de la descomposición de los Estados Nacionales.

MÁS LIBROS DE GRAN IMPORTANCIA:

LOS INDIOS DE PASTO CONTRA LA REPÚBLICA de Jairo Gutierrez

Un excelente tratado sobre la resistencia de los indígenas a la independencia.

El libro de Borja Cardelus «La Civilización Hispánica» es de naturaleza divulgativa, para todos los públicos. De muy buena factura, excelentes ilustraciones y especialmente valioso para valorar lo que fue y sigue siendo la hispanidad como constructo material y espiritual para todo el universo Hispano.

Se puede encontrar en Internet, pero no nos permiten ponerlo por su excesivo peso.

En este libro se revelan las tramas que llevaron a iniciar la ruptura catalana en España, derivadas de los negocios turbios.

Más de lo mismo.

Uno de los muchos libros del presidente de esta Asociación. El nacionalismo periférico que busca la fragmentación de la Nación es el caballo de Troya de intereses foráneos. Es el enemigo de dentro.

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Documentación de referencia

CITAS:

Julián Juderías:

«Es decir, que la leyenda creada hace tres siglos por Guillermo de Orange, corregida y aumentada por nuestros enemigos políticos y religiosos exagerada más tarde por el desdén que inspiró a todos nuestra lamentable decadencia, perdura en la mente de nuestros contemporáneos. Y como la vida moderna, con sus apremios, no permite dedicar tiempo a estudios eruditos ni a investigaciones personales, predomina y se impone el criterio de las obras de vulgarización —más o menos inspirado en esa leyenda— y da lugar, de cuando en cuando, a movimientos de opinión tan molestos y vergonzosos para España como aquellos de que fueron teatro las grandes capitales de Europa en fecha no muy lejana todavía.»

Rómulo de Carbia

ROMULO D. CARBIA (finales del siglo XIX)
Doctor en Historia Americana y Profesor titular en las
Universidades de Buenos Aires y La Plata

«Y me detengo aquí, al rematar la presentación de cuanto difunde la Leyenda, para decir, con la más rancia lealtad, que faltaría alas normas que me he impuesto si ocultara que la historia de la conquista de América no está limpia de actos de violencia que son muy ciertos. Pero asevero que lo que no puede admitirse es que ellos constituyeran lo vertebral de todas las jornadas o que éstas obedecieran a. una como sistematización de la crueldad, calculada y dirigida desde arriba. Obra de hombres, la Conquista fue como tal un conjunto de acciones diversas en las que, desde, luego, no predominaron la perversidad ni el dolo. Hechos inicuos los hubo, más o menos repudiables según sea la posición espiritual de quien los juzga, y más o menos explicables también, según sea, a la vez, la comprensión que se tenga de la época y del lugar geográfico en que se consumaron. Y no es que pretenda justificar lo que no tiene justificación cristiana, Si, simplemente mover a reflexión a quienes, olvidando las diferencias de tiempo y de situaciones ideológicas, sentencian sobre asuntos del pasado como si se tratara de cosas de nuestra hora presente y de nuestra más inmediata vecindad. En cierto momento fue la guerra para los castellanos —primero en la lucha contra el moro, después en la religiosa que encendió la Reforma— una verdadera cruzada en la que los soldados se empeñaban bajo el halago del galardón celeste, prometido a los justos. Es sólo por ello que el tratadista militar Villalobos pudo escribir con fundamento: «Hagamos diligencia para que en nuestro oficio, matando e hiriendo, enderecemos nuestras acciones a hacer esto en defensa de la fe de Nuestro Señor Jesucristo, para que con su favor y en su servicio, a lanzadas y cuchilladas ganemos el cielo» .

José María Iraburu (sacerdote e historiador) Hechos de los Apóstoles en Hispanoamérica


«Al Descubrimiento siguió la Conquista, que se realizó con una gran rapidez, en unos veinticinco años (1518-1555), y que, como hemos visto, no fue tanto una conquista de armas, como una conquista de seducción –que las dos acepciones admite el Diccionario–. En contra de lo que quizá pensaban entonces los orgullosos conquistadores hispanos, las Indias no fueron ganadas tanto por la fuerza de las armas, como por la fuerza seductora de lo nuevo y superior.
¿Cómo se explica si no que unos miles de hombres sujetaran a decenas de millones de indios? En La crónica del Perú, hacia 1550, el conquistador Pedro de Cieza se muestra asombrado ante el súbito desvanecimiento del
imperio incaico: «Baste decir que pueblan una provincia, donde hay treinta o cuarenta mil indios, cuarenta o cincuenta cristianos» (cp.119). ¿Cómo entender, si no es por vía de fascinación, que unos pocos miles de europeos, tras un tiempo de armas muy escaso, gobernaran millones y millones de indios, repartidos en territorios inmensos, sin la presencia continua de algo que pudiera llamarse ejército de ocupación? El número de españoles en América, en la época de la conquista, era ínfimo frente a millones de indios.
En Perú y México se dio la mayor concentración de población hispana. Pues bien, según informa Ortiz de la Tabla, hacia 1560, había en Perú «unos 8.000 españoles, de los cuales sólo 480 o 500 poseían repartimientos; otros 1.000 disfrutaban de algún cargo de distinta categoría y sueldo, y los demás no tenían qué comer»…
Apenas es posible conocer el número total de los indios de aquella región, pero solamente los indios tributarios eran ya 396.866 (Introd. a Vázquez, F., El Dorado). Así las cosas, los españoles peruanos pudieron pelearse entre sí, cosa que hicieron con el mayor entusiasmo, pero no hubieran podido sostener una guerra prolongada contra millones de indios.
Unos años después, en la Lima de 1600, según cuenta fray Diego
de Ocaña, «hay en esta ciudad dos compañías de gentileshombres muy honrados, la una [50 hombres] es de arcabuces y la otra [100]de lanzas… Estas dos compañías son para guarda del reino y de la ciudad», y por lo que se ve lucían sobre todo en las procesiones (A
través cp.18).
Se comprende, pues, que el término «conquista», aunque usado en documentos y crónicas desde un principio, suscitará con el tiempo serias reservas. A mediados del XVI «desaparece cada vez más la palabra y aun la
idea de conquista en la fraseología oficial, aunque alguna rara vez se produce de nuevo» (Lopetegui, Historia 87). Y en la Recopilación de las leyes de Indias, en 1680, la ley 6ª insiste en suprimir la palabra «conquista», y en emplear las de «pacificación» y «población», ateniéndose así a las ordenanzas de Felipe II y de sus sucesores.
La conquista no se produjo tanto por las armas, sino más bien, como veíamos, por la fascinación y, al mismo tiempo, por el desfallecimiento de los indios ante la irrupción brusca, y a veces brutal, de un mundo nuevo
y superior. El chileno Enrique Zorrilla, en unas páginas admirables, describe este trauma psicológico, que apenas tiene parangón alguno en la historia: «El efecto paralizador producido por la aparición de un puñado de hombres superiores que se enseñoreaba del mundo americano, no sería menos que el que produciría hoy la visita sorpresiva a nuestro globo terráqueo de alguna expedición interplanetaria» (Gestación 78)…
Por último, conviene tener en cuenta que, como señala Céspedes del Castillo, «el más importante y decisivo instrumento de la conquista fueron los mismos aborígenes. Los castellanos reclutaron con facilidad entre ellos
a guías, intérpretes, informantes, espías, auxiliares para el transporte y el trabajo, leales consejeros y hasta muy eficaces aliados. Este fue, por ejemplo, el caso de los indios de Tlaxcala y de otras ciudades mexicanas, hartos hasta la saciedad de la brutal opresión de los aztecas.
La humana inclinación a hacer de todo una historia de buenos y malos, una situación simplista en blanco y negro, tiende a convertir la conquista en un duelo entre europeos y nativos, cuando en realidad muchos indios
consideraron preferible el gobierno de los invasores a la perpetuación de las elites gobernantes prehispánicas, muchas veces rapaces y opresoras (si tal juicio era acertado o erróneo, no hace al caso)».


Jairo Gutierrez Ramos. Los indios de Pasto contra la República.

La política de la reducción de los indios a pueblos

«El proyecto de reducir los indígenas americanos a una vida “en policía”, es
decir, a una vida urbana a la manera europea, tuvo un origen temprano de
inspiración religiosa. Según los primeros curas doctrineros llegados a las
Antillas, la obligación impuesta a la corona española por las bulas de Alejandro VI, de adoctrinar a los indios en la fe católica, resultaría imposible de cumplir, con grave cargo para la conciencia real, si no se los juntaba a la manera española a fin de facilitar las labores de adoctrinamiento y control social asignadas a los frailes y curas doctrineros.
Según sus argumentos, solo poblando a los indios “a son de campana”,
es decir, en aglomeraciones urbanas bajo el control directo de los clérigos,
se podía garantizar su cristianización y civilización. Por eso en la “Instrucción para el gobierno de las Indias” de 1503, los Reyes Católicos consideraban necesario que los indios se asentaran en pueblos, «en que vivan juntamente y que los unos no estén apartados de los otros por los montes, y que allí tengan cada uno su casa habitada, con su mujer e hijos, y heredades, en que labren, siembren y críen sus ganados, y encada pueblo de los que se hicieren haya Iglesia y capellán que tenga cargo de los doctrinar y enseñar en nuestra Santa Fé católica».
En el mismo sentido, aunque de manera más detallada y explícita, se
pronunció el cardenal Cisneros en su Instrucción a los Jerónimos destinados al Gobierno de la isla La Española en 1516. En ella se estipulaba, con respecto a la reducción de los indios a pueblos:
«Débense hacer los pueblos de trescientos vecinos, poco más o menos, en el cual se hagan tantas casas cuantos fueren los vecinos, en la manera que ellos las suelen hacer […]
Que se haga una iglesia, lo mejor que pudieren, y plazas y calles en tal lugar. Una casa para el cacique, cerca de la plaza, que sea mayor y mejor que las otras, porque allí han de concurrir todos sus indios, y otra casa para hospital […] En cada pueblo, término convenientemente apropiado a cada lugar, antes más que menos, por el aumento que se espera Dios mediante; término que habéis de repartir entre los vecinos del lugar, dando de la mejor a cada uno de ellos parte de tierra donde puedan plantar árboles y otras cosas y hacer montones para él y su familia, y al cacique tanto como a cuatro vecinos, lo más para ganados […]».
Con la misma justificación, una política idéntica se puso en marcha en el continente, aunque, como en las islas, con resultados muy inciertos, como quiera que una de las formas más obvias de los indígenas para resistir los abusos de los encomenderos y los clérigos era la fuga hacia lugares remotos, fuera de su alcance66. Entre tanto, a la par con las denuncias y reclamos de los primeros frailes y funcionarios indigenistas, la corona inició una ofensiva jurídica y política para poner freno a los excesos de los conquistadores y recuperar gradualmente los poderes y prerrogativas cedidos
a estos a través de las primeras capitulaciones.
El primer intento formal por menguar el poder de los encomenderos se concretó en las leyes de Burgos de 1513, pero el más audaz y radical tuvo lugar en las leyes nuevas de 154267, las cuales sirvieron de pretexto a los conquistadores para iniciar una poderosa resistencia, especialmente en el Perú, donde la muerte del virrey Blasco Núñez Vela colmó la paciencia del emperador Carlos y dio inicio al proceso de pacificación y reorganización de la administración colonial, confiado al licenciado Pedro de La Gasca,
quien derrotó a Gonzalo Pizarro en 1548 y lo hizo ejecutar en la plaza del
Cusco, poniendo término de este modo a la época turbulenta de las guerras civiles y sentando las bases para la transición definitiva del control del poder de manos de los conquistadores y encomenderos a la monarquía absolutista hispana.
La coincidencia de la crisis colonial con las afugias metropolitanas tuvo, entre otras consecuencias, la proliferación de documentos que proponían las explicaciones y las eventuales soluciones que los autores, desde sus puntos de vista y sus intereses particulares vislumbraban. Naturalmente uno de los aspectos cruciales en los debates que se iniciaron tanto en el Perú como en la metrópoli sobre la situación colonial fue el de los conquistadores, las encomiendas y los encomenderos, y su relación con el
poder real y con los indígenas andinos. En el Perú, como en el resto del Imperio hispánico, la disputa se polarizó entre quienes defendían el derecho de conquista y quienes abogaban por la conservación de los indios. Entre los primeros se alinearon los ideólogos de la legitimidad de la Conquista y el sometimiento de los indígenas americanos, y del “derecho” de los conquistadores a establecer en América una sociedad señorial con ellos y sus descendientes a la cabeza. Su objetivo fundamental era perpetuar las encomiendas y la servidumbre indígena. El otro bando, más preocupado
por la conservación y bienestar de los indios y por preservar a la real conciencia de la culpa inherente a la destrucción de las sociedades aborígenes, denunció los abusos y exageradas pretensiones de los conquistadores, cuya desaforada ambición ponía en peligro no solo la evangelización y la supervivencia de los indios, sino la soberanía real en los territorios recién anexados a la corona española y hasta la salvación de sus almas. Su objetivo central era la abolición de las encomiendas y la centralización del poder
y la fiscalidad en manos de la monarquía.
La derrota de los conquistadores y encomenderos encabezados por Gonzalo Pizarro, por parte del ejército comandado por La Gasca, significó el fin del “tiempo revuelto”, la ruptura de la hegemonía de los encomenderos y el apuntalamiento definitivo del absolutismo hispánico. Una vez consolidado su éxito militar y político, el propio La Gasca puso en marcha una serie de medidas tendientes a reorganizar la administración colonial.
Entre estas conviene destacar el desarrollo de una política indigenista conducente a consolidar la “república de los indios” en el Perú, en concordancia con las normas expedidas por la monarquía. Para ello ordenó una visita general de empadronamiento y tasación de los indios tributarios. Al mismo tiempo, un grupo de religiosos solicitó al rey la expedición de una cédula que ordenara la fundación de pueblos de indios, pues la gran mayoría de los aborígenes vivían dispersos o, a lo sumo, en pequeñas aldeas
que existían desde el tiempo de los incas escasas y alejadas unas de otras.

La constitución de los pueblos de indios en el Virreinato del Perú dificultando la labor de los misioneros. La solicitud incluía la sugerencia de establecer un Gobierno capitular en los pueblos de indios, así como la erección de iglesia o capilla, cárcel, corrales y dehesas en cada pueblo, a la manera de los municipios españoles y tal como ya se había ensayado en algunos lugares de Mesoamérica.
El resultado de la gestión eclesiástica fue la expedición de una cédula
real dirigida a la audiencia de Lima para que pusiese en marcha la reducción de los indios a pueblos, en acuerdo con los prelados residentes en el Perú. Esta fue, a juicio de Waldemar Espinoza, la primera disposición dirigida a organizar las “repúblicas de indios” en aquel lugar. Los resultados inmediatos de lo dispuesto por la corona fueron las ordenanzas expedidas por la audiencia con el fin de meter en orden y policía al abigarrado grupo de indios que vivían en el interior y en los arrabales de la ciudad, designando a dos regidores de indios de entre ellos, para que fuesen los ejecutores de
las órdenes y disposiciones de la audiencia. De esta manera se formalizó la tendencia a designar funcionarios dependientes de la corona, socavando cada vez más la legitimidad de las autoridades étnicas tradicionales encarnadas en los curacas. Igualmente, el primer Concilio Limense ordenó en 1552 que las rancherías de indios que circundaban las ciudades de españoles se dividieran en barrios para facilitar su adoctrinamiento y administración religiosa, medida que debía ser puesta en marcha por los obispos y vicarios de cada jurisdicción eclesiástica.
Hasta entonces los argumentos para las reducciones de indios seguían siendo exclusivamente religiosos, como quiera que la influencia de los eclesiásticos lascasianos seguía siendo notoria. Pero una vez superada la crisis del medio siglo, la alianza de los religiosos lascasianos encabezada por los obispos de Lima y Charcas, y de la cual formaban parte además un grupo de funcionarios reales y la mayoría de los jefes étnicos, fue derrotada.
A partir de la década de 1560 se impuso el criterio de aquellos que procuraban ante todo incrementar a favor del fisco real la rentabilidad de los territorios conquistados, y en ese nuevo contexto se le dio una nueva orientación a la política de poblamiento de los aborígenes. Por ello, la imposición de las reducciones de indios recibió un importante impulso durante el Gobierno del virrey Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete (1556-1560), quien en 1557 estableció en las proximidades de Lima
el pueblo de Santa María Magdalena de Chacalea, donde hizo juntar indios de tres parcialidades y construir el pueblo según el modelo hispánico: calles rectas con manzanas cuadradas, plaza ceremonial y plaza de mercado con asignación de solares, huertas y parcelas vecinales, y tierras de comunidad; y estableció el Gobierno capitular designando alcaldes, regidores, alguaciles y los demás funcionarios habituales en los cabildos españoles.
De esta manera, La Magdalena de Chacalea se constituyó, en sentido estricto, en el primer pueblo o comunidad de indios que se formalizó en el ámbito del virreinato peruano. La oposición d
e los encomenderos obstruyó las intenciones del virrey, dificultando la multiplicación de las reducciones de indios. No obstante, en 1559 ordenó al corregidor del Cusco, el licenciado Polo de Ondegardo, reducir a cuatro pueblos los cerca de veinte indios que se apiñaban en los alrededores de la ciudad imperial. Un año después, el mismo virrey expidió ordenanzas estableciendo en cada pueblo la elección anual de alcaldes indios.»

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Ramiro de Maeztu. (Asesinado por las hordas rojas por defender la Hispanidad) Defensa de la Hispanidad

«Mucho bueno hizo el siglo XVIII. Nadie lo discute. Ahí están las Academias, los caminos, los canales, las Sociedades económicas de los Amigos del País, la renovación de los estudios. Embargados en otros menesteres, no cabe duda de que nos habíamos quedado rezagados en el cultivo de las ciencias naturales, porque, respecto de las otras, Maritain estima como la mayor desgracia para Europa haber seguido a Descartes en
el curso del siglo XVII, y no a su contemporáneo Juan de Santo Tomás, el portugués eminentísimo, aunque desconocido de nuestros intelectuales, que enseñaba a su santo en Alcalá. El hecho es que dejamos de pelear por nuestro propio espíritu, aquel espíritu con que estábamos incorporando a la sociedad occidental y cristiana a todas las razas de color con las que nos habíamos puesto en contacto. Ahora bien, el espíritu de los pueblos está constituido de tal modo, que, cuando se deja de defender, se desvanece.
No vimos entonces que la pérdida de la tradición implicaba la disolución del Imperio y por ello la separación de los pueblos hispanoamericanos. El Imperio español era una Monarquía misionera, que el mundo designaba propiamente con el título de Monarquía católica. Desde el momento en que el régimen nuestro, aun sin cambiar de nombre, se convirtió en ordenación territorial, militar, pragmática, económica, racionalista, los fundamentos mismos de la lealtad y de la obediencia quedaron quebrantados. La España que veían a través de sus virreyes y altos funcionarios, los americanos de la
segunda mitad del siglo XVIII, no era ya la que los predicadores habían exaltado, recordando sin cesar en los púlpitos la cláusula del testamento de Isabel la Católica, en que se decía que: «El principal fin, e intención suya, y del Rey su marido, de pacificar y poblar las Indias, fue convertir a la Santa Fe Católica a los naturales», por lo que encargaba a los príncipes herederos: «que no consientan que los indios de las tierras ganadas y por ganar reciban en sus personas y bienes agravios, sino que sean bien tratados.» No era tampoco la España de que, después de recapacitarlo todo, escribió el
ecuatoriano Juan Montalvo: «¡España, España! Cuanto de puro hay en nuestra sangre, de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti te lo debemos.»»

Manuel de Paz Sánchez. La masonería y la pérdida de las colonias.

«Cierta literatura histórica que, en los últimos años, hemos convenido en denominar complotista no dudó, desde el primer momento, en atribuir a la masonería un papel director en los procesos de emancipación, tanto
en Cuba como en Filipinas. Valgan, a modo de breve muestra sobre las que luego volveremos, las afirmaciones del general Camilo García Polavieja, gobernador y capitán general de Cuba y Filipinas en dos momentos cruciales, es decir, antes y durante el proceso emancipador, respectivamente. En 1892, cuando finalizaba su mandato en la Perla del Caribe, escribió: «No han sido extrañas tampoco a la descomposición del partido español las logias masónicas, que aquí siempre tuvieron, tienen y tendrán carácter e influencia política», e indicó que las logias
fueron los centros donde se prepararon las intentonas de rebelión anteriores al 68, y en las que también se fraguó la insurrección de Yara, según han manifestado nuestros mismos enemigos en los libros y folletos que han publicado con relación a tod
os aquellos sucesos.
Esta influencia masónica había llegado al extremo, según escribió también, de torcer la conciencia de los españoles peninsulares que, ignorantes de tales manejos políticos, se dejaban llevar por sus «hermanos» masones hacia planteamientos que él entendía contrarios a sus verdaderos intereses.
Aunque por determinados autores se sigue otorgando cierta credibilidad a las tesis sobre la implicación de la Orden del Gran Arquitecto del Universo en los procesos que condujeron a la emancipación colonial, parece más cierto, como ha subrayado Sánchez Ferré en un estudio ya clásico, que en el caso concreto de Filipinas llegado el momento de la radicalización y de las definiciones claras, los masones filipinos se inclinaron en gran mayoría por el independentismo y los masones españoles no se movieron de donde siempre habían estado: la política asimilista y el anticlericalismo.
Pero, además, tal como destaca el autor mencionado, la aventura filipina le costó a la masonería española la práctica inactividad entre 1896 y 1900, y la mayoría de las logias no volvieron a reorganizarse hasta los inicios del siglo XX. La derecha más conservadora nunca le perdonaría al gran maestre del Grande Oriente Español, Miguel Morayta, la «traición a la patria» y cuando en 1899 este republicano consiguió el acta de diputado por Valencia, «la Iglesia se lanzó enervada a evitar que el gran traidor se sentara en el Parlamento, lo cual, evidentemente, no consiguió».

Tal como ha destacado Susana Cuartero, al analizar la trayectoria histórica de la masonería española en el archipiélago filipino, no podemos negar que la Institución hizo política por y para Filipinas, pero siempre dentro del marco de la legalidad y con el único fin de conseguir reformas y asimilación, lo cual era perfectamente lícito ya que, en Filipinas, no se respetaba el marco constitucional español por carecer de vigencia, en tanto que territorio colonial. Fracasada la vía pacífica y desencantados de la línea moderada, determinados dirigentes –cuyo paradigma fue José Rizal–, optaron por la «rebelión como medio de conseguir la independencia lo que dio lugar a que durante un tiempo se confundieran reformismo, asimilismo, independentismo, masonería y katipunan». En esta situación la más perjudicada fue la propia masonería española, al resultar «culpada de la pésima actuación ejecutiva y legislativa del gobierno de Pedro Sánchez Ferré:
Nada tiene de extraño, en fin, que en determinadas circunstancias históricas y en países como los que integraban el antiguo Imperio español, las logias mostrasen cierta tendencia a ocupar el espacio de sociabilidad que las organizaciones políticas, más o menos débiles, no podían asumir con plenitud. En estas circunstancias el factor de conspiración revolucionaria y romántica parece adquirir plena justificación por cuanto, además, es difícil sustraerse, dado el carácter reservado y discreto de la masonería, a la tentación de utilizarla como infraestructura organizativa de la revuelta. En este sentido, el debate sobre los grandes ideales de la emancipación, que parecería superior a cualquier creencia o principio establecido por normas de carácter interno, y la influencia, en numerosas ocasiones, de masones ingleses y norteamericanos, presuntos depositarios de la máxima regularidad masónica, a la hora de erigir talleres en América Latina, como forma de resistencia ideológica y cultural frente a las
viejas instituciones y como modelos alternativos de convivencia democrática, parecen ser, entre otros, algunos de los factores que permitirían explicar la participación de la masonería en la organización de las luchas por la liberación nacional. Con todo, no deja de llamar la atención que aquellos territorios hispánicos pioneros en la implantación de la masonería como fueron Santo Domingo y, en especial, la isla de Cuba
fueran precisamente los que, aparte de Puerto Rico, permanecieron más tiempo bajo tutela española en América y, desde luego, no siempre contra la voluntad de la mayoría de sus ciudadanos. Fieles, sin embargo, a sus principios de solidaridad, libertad y tolerancia, algunas logias no dudaron en dar pruebas de simpatía hacia la lucha que, a partir de 1868,
iniciaron los cubanos contra el dominio colonial. La logia Taoro, Nº 90 de La Orotava (Canarias) –erigida poco antes bajo los auspicios del Grande Oriente Lusitano Unido, lo mismo que otros muchos talleres españoles de la época–, justificó en 1875 la actitud independentista del cubano Tomás Acosta –oriundo del Archipiélago, natural de La Habana y propietario–,
cuando solicitó su iniciación, puesto que, según los tres informes de aplomación, dicho individuo hace cosa de seis años que ha vivido
en los Estados Unidos de América, de donde se trasladó a La Habana, para luego hacerlo a esta Villa: que durante los tres o cuatro meses que reside en ella ha observado una conducta intachable, su carácter es afable: ama a su patria, la que tuvo que abandonar a causa de los abusos cometidos por los tiranos que la gobiernan, y explotan, contra los que aspiran a su libertad en
virtud de un derecho natural y legítimo que todo ciudadano libre y honrado debe ejercitar como lo ha hecho Acosta; y por último posee la instrucción necesaria para comprender las cuestiones que tienden
al fin de nuestra Orden.»

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Un libro proscrito.

No es nuestro propósito hacer ningún tipo de apología del régimen de Franco, ni de zaherir con infamias ese régimen. Nuestro propósito es de naturaleza historiográfica y de recuperación de la idea fundante de la Hispanidad. Por ese motivo no vamos a sustraernos a la necesidad de difundir todo tipo de fuentes, y en este caso una de ellas es el libro que Franco escribió sobre la masonería que es un documento importante como enfoque de la temática que nos ocupa, sin sustraer al lector de la valoración que considere más oportuna.

Este es el libro con el pseudónimo de autor que ocultaba la verdadera identidad del mismo.

Quito fué España. Es uno de los libros absolutamente imprescindibles para entender lo que realmente fue la Hispanidad y desmitificar las falacias y manipulaciones derivadas de la Leyenda Negra y del ataque sistemático contra la Hispanidad y contra la metrópoli de aquel imperio civilizador que fue España. Sin la lectura de este libro no podremos tener una idea ni tan siquiera aproximada de lo que perdió Hispanoamérica y lo que supuso para España como una de las partes de las «Españas» la demolición de ese enorme edificio humanizador que fue aquel Imperio. Núñez del Arco, su autor ha escrito una obra fundamental de la que reseñamos a modo de aperitivo solamente una cita de su parte inicial.

«¿La Independencia liberó a los pueblos de sus opresores? ¿Cómo explicarse que la llamada Guerra de Independencia haya durado más de 15 años en la América del Sur? ¿Cómo explicarse que nuestra región, la llamada en nuestros días América Latina, sea la más involucionada del mundo tan sólo después de África? ¿Cuáles son las causas de todo esto? Es en el período que ha sido denominado como de «Independencia», cuando se conforman ex-novo los actuales estados-nación de la América Hispana o, mejor dicho, de la España americana, por la sola acción de un puñado de oligarcas, sedientos de mayores esferas de poder y de riqueza de las que ya gozaban, orquestados bajo la dirección del conocido principio divide et imperade la política colonial británica, donde podemos encontrar las respuestas para las dolencias que nos aquejan hasta el día de hoy. La acumulación agropecuaria en el sector primario, el estancamiento en una fase agraria de nuestros países y sociedades, de nuestras economías, impidiendo la normal evolución hacia los sectores secundario y terciario de la cadena productiva, o sea,la nunca realizada revolución industrial, y la ausencia de significativos desarrollospolítico-culturales y, por extensión científico-técnicos, se explican con facilidad tomando como punto de referencia el período de la «independencia» y lo que ocurrió en las inmediatas décadas posteriores, producto exclusivo de esta etapa.

Francisco Núñez del Arco Proaño afirma que la Independencia o las independencias hayan liberado a los pueblos de sus opresores es una falacia absoluta que no sostiene el rigor histórico más elemental. Dicha falacia oficialista se sustenta a través del elenco de mentiras impuestas verticalmente por una mitología artificial cocinada ad hocque sirvió entonces y sirve aún hoy para legitimar la existencia de las bananeras repúblicas americanas, instrumento político cuya razón de ser consiste única y exclusivamente en facilitar inmunidad plena a la explotación del colonialismo financiero internacional.¿Quiénes eran y son los opresores y cuáles los oprimidos?Una evidencia fácilmente constatable de lo sucedido es que la Guerra de la Independencia en América del Sur se extendió por más de 15 años, casi el triple del tiempo que duró la Segunda Guerra Mundial, y eso tomando en consideración la tenacidad del soldado alemán y la incomparable capacidad industrial del continente europeo. ¿Cómo y por qué se extendió entonces tanto un conflicto donde supuestamente la inmensa mayoría de la población nativa: criollos, mestizos, indios, negros, mulatos… se posicionaron ab initioy sin fricciones a favor de la independencia? ¿Cómo se entiende que cerca de 20.000.000 de abnegados patriotas americanos necesitaran tantos años para doblegar a menos de 50.000 peninsulares de toda condición -hombres, mujeres y niños-residentes en la América? En el censo mexicano de 1827 aparecen catalogados 7.148 españoles peninsulares dentro de una población de más de 6.000.000 de habitantes nativos. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que seis millones de personas precisarán más de 15 años de luchas fratricidas para reducir a un núcleo de 7.000, del que siendo generosos quizás sólo una cuarta parte son hombres en edad militar?Analicemos otra evidencia. Las últimas guerrillas realistas en rendirse fueron: 1839, capitulación de las guerrillas realistas indias del Perú; 1845, rendición y exterminio de las guerrillas negras, pardas y mulatas dirigidas por un indio en Venezuela; 1861, derrota de los últimos reductos realistas de Sudamérica en la región india de Araucanía al sur de Chile -nunca incorporada a la Quito fue España 19Monarquía Hispánica, curiosamente-. Es más que notable que los últimos reductos realistas hayan sido sostenidos precisamente por integrantes delos grupos étnicos que, supuestamente, más quisieron liberarse del «saqueo» sufrido durante trescientos años.»

DOCUMENTOS AUDIOVISUALES Y CONFERENCIAS https://nomoriridiota.blogspot.com/2019/09/la-america-pre-hipanica-era-un-infierno.html?m=1 Para quien quiera saber sobre las culturas precolombinas y por qué recibieron a los conquistadores como liberadores.