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40 aniversario Guerra de las Malvinas: la última Cruzada
Autor: anónimo
La ausencia de visión histórica de algunos ocasionales dirigentes no recusa ni anula el sentido y el magisterio de la Historia que siempre están vivos, más allá a veces de los hombres que son sus protagonistas. Por lo que, a pesar de todo, las viejas y nobles virtudes hispánicas, aquellas que responden a esos magníficos arquetipos guerreros tan bien descriptos por las plumas de Maeztu o García Morente, se hicieron realidad, vida y muerte, en muchos de los hombres que combatieron, en los que regresaron y en los que quedaron para siempre sepultados en la turba o en el mar.
Podría traer aquí la memoria de muchos de ellos. Pero como es imposible, queden representados todos en la figura del Teniente Don Roberto Estévez, caído en acción, en Puerto Darwin, al frente de su Sección. La noche anterior a su muerte dejó escrita una carta, dirigida a su padre, en la que hay una clara premonición de su destino. Es una carta conmovedora donde aparecen nítidas las recias virtudes hispanas; es una página que podría haber escrito un cristero, o un defensor del Alcázar, en Toledo.
Cuando recibas esta carta –comienza Estévez– yo ya estaré rindiendo mis acciones a Dios Nuestro Señor. Él, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en cumplimiento de mi misión… Dios que es un Padre Generoso, ha querido que este su hijo, totalmente carente de méritos,… deje su vida en ofrenda a nuestra Patria.
¡Qué notable esta misteriosa prefiguración de la propia muerte y esta serena y cristiana aceptación del sacrificio! ¡Qué notablemente hispánica! ¿Cómo impedir que acudan a la memoria aquellas páginas que alimentaron nuestra juventud, en las que Ramiro de Maeztu definía la esencia de lo hispano como un ideal de “Servicio, Jerarquía y Caridad” y García Morente, con el ardor del converso, plasmaba en frases de insuperable brillantez y fuego, el “typo”, el modelo del caballero español y por español cristiano. La intrepidez, la serenidad la aceptación humilde del martirio y hasta la alegría con que se va a su encuentro, toda una vieja prosapia, una añeja aristocracia del espíritu, todo un estilo, están presentes en estas líneas breves, concisas, desgarradoras y reconfortantes a la vez, del Teniente Estévez. Es el arquetipo, el modelo del combatiente argentino en Malvinas. Hubo muchos como él que hicieron reverdecer el viejo temple hispano de nuestra gente.
Voy a permitirme una referencia que me toca muy de cerca, muy entrañablemente cerca, como que tiene que ver con la obra –la vida y la muerte- de mi padre. Voy a citar un testimonio de los propios ingleses porque nada más oportuno en este caso que la opinión del adversario y para evitar, también, caer en sensiblerías inadecuadas. En el libro Una Cara de la Moneda, los periodistas ingleses Paul Eddy, Magnus Linklater y Peter Gillman, en el capítulo El mirlo y el halcón, recuerdan y reconocen la influencia que tuvo Jordán Bruno Genta, filósofo católico de larga trayectoria doctrinaria de los pilotos argentinos que asombraron al mundo y merecieron el homenaje de los héroes aeronáuticos de la Segunda Guerra Mundial. Dicen allí, los autores, que mi padre les infundió la devoción no a la constitución sino a Dios y a la Patria; y es verdad, como casi todo lo que dicen que no citaré para no alargar demasiado.
Es cierto aquello del “factor Genta” en los pilotos argentinos, como lo llamaron en algún informe de la inteligencia militar inglesa. Factor que definiría como una suerte de enamoramiento de Dios y la Patria por sobre todas las otras cosas, hasta el sacrificio final. Y esto no por desprecio a la vida (en el sentido de los “kamikazes”) sino por ofrendar aquello que el cristiano valora como el más gozoso don divino: la vida. Es cierto que mi padre tuvo que ver en la formación espiritual y ética de los pilotos. Y es cierto que los educó en el sentido, tan raigalmente hispánico, del gozo de la vida bien vivida y de la muerte como suprema ofrenda; y es cierto que los educó, sobre todo, con su última lección: la muerte mártir. Cuando este nieto de italianos me criaba en el descubrimiento gozoso de los arquetipos de la Hispanidad: el Cid Campeador, los Cristeros mexicanos, los Caudillos de mi Patria, el ejemplo de García Moreno, los héroes del Alcázar, yo estaba muy lejos de saber que su muerte sería la rúbrica de toda su pedagogía.
He querido traer este recuerdo, no por vanagloria personal, sino porque se vea hasta donde el viejo espíritu de la Hispanidad Católica impregnó la Guerra de Malvinas.
MARÍA LILIA GENTA, Publicado en Memoria, Buenos Aires, año I, n. 1, Abril de 1994
DOCUMENTAL SOBRE LA GUERRA DE LAS MALVINAShttps://www.youtube.com/embed/Q5tn17fHBaI?version=3&rel=1&showsearch=0&showinfo=1&iv_load_policy=1&fs=1&hl=es&autohide=2&wmode=transparent
Oración escrita por el célebre Cisnero, muerto en combate en Malvinas.
“Oh! Dios, Señor de los que dominan, Guía Supremo que tienes en tus manos las riendas de la vida y la muerte.
Escúchame!:
Haz Señor, que mi alma no vacile en el combate, y mi cuerpo no sienta el temblor del miedo. Haz que te sea fiel en la guerra, como lo fui en la paz. Haz que el silbido agudo de los proyectiles alegren mi corazón. Haz que mi espíritu no sienta la sed, el hambre, el cansancio y la fatiga, aunque lo sientan mis carnes y mis huesos.
Haz que mi alma, Señor, esté siempre dispuesta al sacrificio y al dolor, que no rehúya, ni en la imaginación siquiera, el primer puesto de combate, la guardia mas dura en la trinchera, la misión más difícil en el ataque. Pon destreza en mi mano para que el tiro sea certero, y caridad en mi corazón. Haz, por favor, que sea capaz de cumplir lo imposible, que desee morir y vivir al mismo tiempo. Morir como tus Santos Apóstoles, como tus Viejos Profetas, para llegar a Ti. Señor te pido que mi cuerpo sepa morir con la sonrisa en los labios, como murieron tus Mártires.
Te ruego mantengas mi arma en vela y mi oído atento a los ruidos de la noche. Te pido por mi guardia constante en el amanecer de cada día y por mis jornadas de sed, hambre, fatiga y dolor. Si llegara a cumplir estos anhelos, podrá entonces mi sangre correr con júbilo por los campos de mi Patria, y mi alma subir tranquila a gozarte en el tiempo sin tiempo de la eternidad.
Señor, ayúdame a vivir, y de ser necesario, a morir como un soldado.
Concédeme Oh! Rey de las Victorias, el perdón de la soberbia. He querido ser el soldado más valiente de mi Ejército y el argentino más amante de mi Patria. Perdóname este orgullo, Señor.”