El borrado constante de todo rastro del pasado de los paises no se de tiene. En el caso de paises con pasado hispano, como lo son los EE.UU. es especialmente sangrante.
La leyenda negra que condujo a la subordinación social y cultural de Hispanoamérica y de España durante siglos, y que las ha llevado a no reconocer su enorme y rico legado, ha sido la obra más genial del marketing político británico, estadounidense y, curiosamente, soviético. Esta monumental obra rebate, uno por uno, todos los clichés creados durante generaciones y demuestra que nada separa a España de América, ni a América de España, salvo la mentira y la falsificación de la historia, y lo hace desde diferentes perspectivas y valiéndose de múltiples referencias como la literatura o el cine.
En este libro Marcelo Gullo Omodeo comprueba que la leyenda negra fue la obra más genial del marketing político británico. Que increíblemente los españoles subordinados culturalmente terminaron creyendo la historia de España e Hispanoamérica que escribieron sus enemigos históricos y se avergüenzan de un pasado del que deberían sentirse orgullosos. Que Hernán Cortés no fue el conquistador de México sino el libertador de cientos de pueblos indígenas que estaban sometidos por el imperialismo más feroz que ha conocido la historia de la humanidad: el imperialismo antropófago de los aztecas. Que no fueron Pizarro y el puñado de españoles que lo acompañaban los que pusieron fin al imperialismo totalitario de los incas sino los indios huancas, los chachapoyas y los huaylas. Que los pueblos originarios estuvieron contra la independencia. Que las masas indígenas en Colombia, Ecuador y Perú se mantuvieron fieles a la corona española hasta el final. Que los libertadores Simón Bolívar y José de San Martín no quisieron romper de forma absoluta los vínculos que unían a América con España sino que buscaron con todas sus fuerzas la constitución de un gran imperio constitucional hispano-criollo con capital en Madrid. Que la responsabilidad de la disolución del imperio español la tiene Fernando VII que prefirió estar preso en Europa y no libre en América. Concluye el autor demostrando que nada separa a España de América, ni a América de España, salvo la mentira y la falsificación de la historia, y que el futuro de España e Hispanoamérica depende de que sean capaces de desterrar para siempre el mito de la leyenda negra de la conquista española de América.
José Manuel Bou Blanc es licenciado en derecho y escritor, autor de los libros “Asociacionismo en la UVEG, una mirada crítica”, “Crisis y estafa” y “El sueño de España”, libro sobre el que reflexiona en esta entrevista.
¿Por qué un libro titulado “El Sueño de España”?
Barajé varios títulos y finalmente me decidí por este a pesar del chiste fácil de decir que el sueño acabó en pesadilla, porque creo que, en realidad, la pesadilla fue el mundo moderno que crearon los enemigos de España, cuando los delirios de Lutero, Calvino y Enrique VIII lo poblaron de monstruos, el mundo de los genocidios y los gulags, que ahora agoniza en la posmodernidad.
¿Cuál es el sueño de España?
El sueño de España es el sueño de sus marinos y aventureros, de ver que había más allá del mar; el de sus reyes y emperadores, de unidad y grandeza; pero también los sueños de sus sabios, de libertad y justicia, expresados en Trento; y los de sus místicos, de salvación del género humano formando una gran familia. En definitiva, los sueños de España le han dado forma al mundo. Por eso, desde que España ya no sueña, el mundo va a la deriva.
En la primera parte, “El brazo de Dios” destaca la misión providencial de nuestra patria… ¿Hasta qué punto fue importante en la expansión del catolicismo por el mundo?
De una importancia fundamental. Ya dijo Menéndez Pelayo aquello de que los españoles eran capaces de “entregar a la Iglesia romana cien pueblos por cada uno que le arrebataba la herejía” con la evangelización de América, que fue una gesta espectacular. Además de eso, España salvó dos veces a la Iglesia en el mismo siglo, frente al turco en Lepanto y frente a la herejía protestante en Trento. Sin España el islam hubiese conquistado toda Europa, y de igual modo, sin España, el protestantismo hubiera destruido a la Iglesia Romana. El mundo sería entonces, objetivamente, un lugar peor, más frio y cruel, porque la fraternidad y el perdón, antes considerados debilidades, integran ahora nuestra sensibilidad colectiva gracias al ejemplo de Cristo. Además, filósofos ateos como Gustavo Bueno reconocen que el catolicismo salvó la razón frente al totalitarismo islamista y al irracionalismo protestante. Sin contar con que, para los que somos creyentes, la expansión del catolicismo significa la salvación de millones de almas.
¿Se podría decir que el Siglo de Oro en las artes y con la Escuela de Salamanca en Teología el Imperio alcanza todo su esplendor?
No solo el Imperio español, toda la Civilización europea-occidental-cristiana alcanza su punto de máxima perfección, ese “momento superior en la especie humana” a decir de Hippolyte Taine. En el Siglo de Oro se consigue la excelencia literaria y artística y en la Escuela de Salamanca se construyen los cimientos de la modernidad bien entendida, antes de que el protestantismo lograra introducir las semillas de decadencia que ahora dan sus amargos frutos. En Salamanca, además de la perfección de la teología, se sientan las bases del desarrollo científico, que tuvo en el descubrimiento de América su máximo catalizador, nace la economía como ciencia, el derecho de gentes…etc.
¿Cuáles fueron las causas de la decadencia?
Más que decadencia, entendida como un proceso natural de vejez, cabría preguntarse, siguiendo a Ramiro Ledesma en su Discurso a las Juventudes de España, si no se trató más bien de una derrota. La España peninsular tenía la mitad de habitantes que Francia, menos suelo cultivable y menos agua y, aún en el momento que más oro llegaba de América, Carlos I recibía aproximadamente la mitad de rentas que el Sultán otomano. Sin embargo, España infringió derrotas continuas a franceses, turcos, ingleses, luteranos alemanes y calvinistas flamencos, en, no dos, sino multitud de frentes, agotadores cada uno de ellos, por separado y unidos en repugnantes alianzas contra natura, como la de Francia con el turco. Las continuas victorias inverosímiles de España durante siglo y medio frente a rivales superiores en número hacían afirmar a sus atónitos enemigos que Dios debía ser español, para obrar tales milagros. La pregunta, por tanto, más que por las causas de la decadencia/derrota debería ser por el milagro del predominio español durante tanto tiempo frente a enemigos superiores en poder, aunque inferiores en virtud. Luego, sí que hubo una cierta decadencia, al fracasar el proyecto de modernidad de España por su derrota final e imponerse el de sus enemigos, de modo que España quedó paralizada ante la disyuntiva de aceptar ese proyecto de modernidad hacia el que sentía una natural desconfianza o quedar fuera de la historia.
Una decadencia que, aunque con altibajos, se fue consumando lentamente hasta nuestros días.
Lo que ocurrió a partir de la Guerra de Sucesión y, muy especialmente, del desastre del 98, es que la leyenda negra urdida por los enemigos de España como propaganda de guerra contra su Imperio, una versión calumniosa de nuestra historia sobre cuya falsedad no cabe ninguna duda en la historiografía seria, comenzó a ser creída dentro de la propia España. Esto fue una tragedia que generó una depresión nacional y un complejo de inferioridad, una baja autoestima colectiva de la que todavía estamos sufriendo las consecuencias, como el separatismo en determinadas regiones o el odio a nuestros símbolos comunes como la bandera, el escudo o el himno.
El franquismo fue un periodo importante para recuperar la grandeza de España.
Sin ninguna duda. No en el sentido de recuperar el Imperio, porque las circunstancias internacionales no lo permitieron, pero sí para recuperar la grandeza moral y la autoestima y lograr un posicionamiento exitoso como nación política moderna relevante en la esfera internacional, a pesar del aislamiento sufrido en determinadas etapas del régimen. El franquismo representó el primer proyecto de normalización de España después de esa parálisis que comentábamos, logrando la industrialización pendiente desde hacía demasiado tiempo y una prosperidad material al nivel de las demás naciones europeas, manteniendo nuestra soberanía y un nivel importante de justicia social.
Con la democracia volvió la decadencia y muchos problemas como los separatismos y la corrupción moral y de costumbres…
Si decíamos que el franquismo representó el primer proyecto de normalización de España entre las naciones de su entorno, el Régimen del 78 supone el segundo, que triunfa donde el franquismo fracasó, dándonos un sistema político asimilable a los de las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial, la democracia parlamentaria, pero fracasa donde el franquismo triunfó, siendo incapaz de mantener nuestra soberanía, convirtiéndonos en otro estado satélite más del Imperio mundialista anglosajón; siendo incapaz de mantener nuestra prosperidad, hundiéndonos en una crisis económica tras otra; siendo incapaz de mantener nuestra justicia social, aumentando cada vez más las diferencias entre ricos y pobres y eliminando progresivamente los derechos de los trabajadores, y, finalmente, siendo incapaz de mantener nuestra cohesión nacional, dando alas al separatismo. Con él entran también todas las señales de decadencia de la posmodernidad, como la delincuencia violenta, las drogas, la destrucción de la institución familiar y demás muestras de mala salud social.
El concepto de hispanidad como tal es relativamente reciente. Háblenos de la importancia de recuperar la hispanidad como cristiandad menor…
Entendemos por “Hispanidad” el conjunto de razas y pueblos, de valores y de culturas, conformados por el descubrimiento y la evangelización de América y otros territorios a los que llegaron españoles y que utilizan el español como lengua franca y vínculo cultural, y la religión y la cultura católica, como guía espiritual.
El término, que existía con una acepción lingüística desde 1531, fue resignificado a principios de siglo XX por Unamuno y por el sacerdote español Zacarías de Vizcarra, que en 1926 propuso que debía cambiarse el término «Fiesta de la Raza» por el de «Fiesta de la Hispanidad». Ramiro de Maeztu, por su parte, que desarrolló el concepto con brillantez en su famosa obra “Defensa de la Hispanidad”, sostenía que la Hispanidad había creado el propio concepto de humanidad al descubrir los últimos contornos del mundo y defender en Trento que podían salvarse todos los hombres sin estar determinados pueblos, razas o clases sociales predestinados para ello, mientras otros lo estaban a condenarse, como defendía la doctrina protestante.
De ahí que afirme que la Hispanidad es la creación más importante de la historia universal, solo por detrás de la aparición del cristianismo. En la actualidad, la Hispanidad es la única fuerza cultural global capaz de oponerse a la anglosajona, ya declinante, portadora de unos valores y claves civilizacionales capacitadas para superar la aparentemente irremisible decadencia de occidente. El mundo necesita a la Hispanidad. El mundo necesita que España vuelva a soñar…
Javier Navascués
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Referencias de otros autores ya clásicos
JULIÁN JUDERÍAS, un historiador de principios del siglo XX de reconocimiento internacional, en La Leyenda Negra:
“En efecto: ¿quiénes sino los extranjeros han sido los que durante el siglo XIX han dedicado a nuestro país la misma, si no mayor atención que al propio? Porque, en el caso de España, se da el curioso fenómeno de que la acusación y la defensa proceden de una misma fuente. Extranjeros son los que nos denuncian ante la faz del mundo civilizado como representantes de la intolerancia y del fanatismo, como pueblo inculto y eternamente inútil, y extranjeros también los que demuestran con sus obras la vanidad de tales acusaciones. Sólo que la voz de los que hablan en favor nuestro se pierde a lo mejor en la soledad y en el vacío y, en cambio, la de aquellos que nos denigran halla eco sonoro en las masas ignorantes y crédulas”.
[…]”la leyenda creada hace tres siglos por Guillermo de Orange, corregida y aumentada por nuestros enemigos políticos y religiosos y exagerada más tarde por el desdén que inspiró a todos nuestra lamentable decadencia, perdura en la mente de nuestros contemporáneos. Y como la vida moderna, con sus apremios, no permite dedicar tiempo a estudios eruditos ni a investigaciones personales, predomina y se impone el criterio de las obras de vulgarización —más o menos inspirado en esa leyenda— y da lugar, de cuando en cuando, a movimientos de opinión tan molestos y vergonzosos para España como aquellos de que fueron teatro las grandes capitales de Europa en fecha no muy lejana todavía. […]En la lucha que se trabó después entre liberales y reaccionarios se apeló a la tergiversación de los hechos históricos, a la exageración y a la omisión, lo mismo que lo hacían los extranjeros. En las Constituyentes del 69 hubo incidentes que resultarían cómicos si no revelasen el profundo desconocimiento de lo propio. Las polémicas del Sr. Revilla con el Sr. Menéndez Pelayo fueron manifestación evidente de esto último. Y si nos detenemos un momento nada más en el triste período que siguió a la guerra con los Estados Unidos y en el período no menos triste de 1909 y 1910 ¿no sacaremos del estudio de uno y de otro, que hemos sido nosotros los que hemos formulado acusaciones más vehementes contra nuestro modo de ser, los que hemos censurado con más crudeza nuestros errores, los que hemos propuesto como único medio salvador la renuncia a todo lo nuestro y a la imitación de todo lo ajeno?”
MADARIAGA: “los naturales del Nuevo Mundo no habían pensado jamás unos en otros no ya como una unidad humana, sino ni siquiera como extraños. No se conocían mutuamente, no existían unos para otros antes de la conquista. A sus propios ojos, no fueron nunca un solo pueblo. En cada provincia —escribe el oidor Zorita que tan bien conoció a las Indias— hay grande diferencia en todo, y aun muchos pueblos hay dos y tres lenguas diferentes, y casi no se tratan ni conocen, y esto es general en todas las Indias, según he oído. Los indios puros no tenían solidaridad, ni siquiera dentro de los límites de sus territorios, y, por lo tanto, menos todavía en lo vasto del continente de cuya misma existencia apenas si tenían noción. Lo que llamamos ahora Méjico, la Nueva España de entonces, era un núcleo de organización azteca, el Anáhuac, rodeado de una nebulosa de tribus independientes o semiindependientes, de lenguajes distintos, dioses y costumbres de la mayor variedad. Los chibcha de la Nueva Granada eran grupos de tribus apenas organizadas, rodeados de hordas de salvajes, caníbales y sodomitas. Y en cuanto al Perú, sabemos que los incas lucharon siglos enteros por reducir a una obediencia de buen pasar a tribus de naturales de muy diferentes costumbres y grados de cultura, y que cuando llegaron los españoles, estaba este proceso a la vez en decadencia y por terminar. Ahora bien, éstos fueron los únicos tres ncentros de organización que los españoles encontraron. Allende aztecas, chibchas e incas, el continente era un mar de seres humanos en estado por demás primitivo para ni soñar con unidad de cualquier forma que fuese”.
El sacerdote JOSÉ MARÍA IRABURU, cuyo libro “Hechos de los apóstoles en Hispanoamérica”, extensa obra cuya lectura es imprescindible para conocer la gran misión de los españoles en el Nuevo Mundo afirma que “quizá nunca en la historia se ha dado un encuentro profundo y estable entre pueblos de tan diversos modos de vida como el ocasionado por el descubrimiento hispánico de América.
En el Norte los anglosajones se limitaron a ocupar las tierras que habían vaciado previamente por la expulsión o la eliminación de los indios. Pero en la América hispana se realizó algo infinitamente más complejo y difícil: la fusión de dos mundos inmensamente diversos en mentalidad, costumbres, religiosidad, hábitos familiares y laborales, económicos y políticos. Ni los europeos ni los indios estaban preparados para ello, y tampoco tenían modelo alguno de referencia. En este encuentro se inició un inmenso proceso de mestizaje biológico y cultural, que dio lugar a un Mundo Nuevo”. “Que las leyes de Indias no siempre se cumplían y que hubo abusos y desacatos a las disposiciones reales nadie lo duda. En una extensión inmensa de territorio conquistado con colonizadores y conquistadores que actuaban a su arbitrio, muchas veces de manera incontrolada, los incumplimientos de las disposiciones reales se prodigaron, pero no era una cuestión sistémica. Era imposible, en aquellos tiempos con los medios de que disponían, saber con precisión lo que sucedía en una extensión que multiplicaba por varias decenas la superficie de la Península Ibérica. Era simplemente milagroso que no hubiera más deserciones en aquellos colonos que buscaban riquezas y tierras donde gobernar. Sin embargo, los controles fueron todo lo eficaces que las ya de por sí difíciles condiciones lo propiciaban.
La Hispanidad se funde con lo español que es algo intangible, algo espiritual. Algo inmaterial. Algo sustantivo desde una perspectiva histórica y desde una visión filosófica, de la filosofía de la historia, según dice el mismo Gustavo Bueno.
Es un drama que el sistema educativo actual, diseñado por mentes que tratan de destruir ese entramado histórico y civilizador, y esa filosofía y cultura propias de nuestra naturaleza, trate de abrir una brecha cognitiva en las mentes de los educandos eliminando aspectos y períodos sustanciales del desarrollo vital; de esta forma vital de ser España y la Hispanidad con perspectiva histórica.”
Este enfoque coincide con la visión de ELVIRA ROCA BAREA, ahormada por el estudio de las fuentesque proyectan una concepción de la tarea civilizatoria que tuvo España en el mundo. Porque, y sigue RAFAEL ALTAMIRA, directamente relacionado con La Institución Libre de la Enseñanza a principios del pasado siglo, y, de raíz krausista: “no se preocupó España tan sólo deexplotar económicamente sus colonias sino también civilizarlas y así lo hizo. Esa civilización se puede entender entodo caso de dos maneras: Primera, para los colonos blancosúnicamente. Segunda, para éstos y para los indígenas. Lasegunda manera fue la característica de la acción española enAmérica y demás territorios ultramarinos. La primeracondición para implantar sólidamente esa manera, tenía queser, necesariamente, la de considerar como iguales, en razón ala humanidad y del derecho, a los colonizadores y a los naturales del país colonizado. Así lo proclamó y lo hizo España.
El Estado español fue el primero en el mundo y en la Historia que expresó jurídicamente el reconocimiento y lo practicó. Lo hizo a base de la igualación civil de los indígenas con los europeos dominadores. También fue el primero que reaccionó contra la teoría aristotélica de la esclavitud; y todavía fue más allá, puesto que, con fina percepción de la realidad de las cosas, completó el principio igualitario en punto al derecho, con la concesión de los privilegios que la condición sencilla e inculta de la masa de los indios, requerían: esto es, la excepción a algunas de las obligaciones que el Estado español imponía a sus súbditos blancos; por tanto, la consiguiente irresponsabilidad de los indígenas en cuanto al incumplimiento de ellas”.
Con los parámetros de pensamiento actuales, sensibilizados por la idea de defensa de los derechos humanos, es fácil hacer crítica de aquellos tiempos.
Sin embargo, hay que situarse en la época. Imaginemos unos exploradores de nuevos mundos, tras la peripecia de atravesar el Atlántico con una misión encomendada por la Corona imperial, de civilizar ese mundo. Era gente ruda, con pocos recursos de vida en su tierra natal, en busca de riquezas. ¿Y quién no tendría esa motivación? ¿Alguien puede imaginar que la idea de llegar a esas nuevas tierras inexploradas pudiera hacerse sin ninguna aspiración?
Por cierto. El angloamericano nada católico Charles F. Lummis en su obra “Los exploradores españoles del siglo xvi: vindicación de la acción colonizadora española en América” tras recorrer parte de los antiguos virreinatos, se deshizo en alabanzas y expresiones de asombro por la obra de los conquistadores en Hispanoamérica y por la civilización creada en esta arte del Nuevo Mundo. Y nadie le obligaba a hacerlo, más bien tuvo poca receptividad su discurso en el ámbito anglosajón, como si fuera un traidor a la causa protestante.
Sánchez Albornoz, que fue presidente del Gobierno republicano en el exilio, decía desde su ciudad de acogida, Buenos Aires, en su Ensayo sobre histología lo siguiente: “desdén, horrible desdén hacia los mensajesde la historia. ¿De quienes fueron hijos de los regímenes deItalia, Alemania o España? De la anarquía italiana,germana o España anteriores a la exaltación de las tresdictaduras. Las masas no son responsables, porque sonmasas, pero lo son sus guías y caudillos. Y fue en vano que laHistoria gritase a éstos, desde el fondo de los siglos, quenunca está más cerca un pueblo de la tiranía que en los díasde la demagogia. Y fue inútil que los historiadores lodijéramos en España. Nunca está más cerca un pueblo de latiranía que en los días de la demagogia porque el hombrepuede desoír los mensajes de la Historia, pero a su costa yriesgo, sufriendo un traumatismo no menor que si intentainfringir las leyes de la naturaleza. El hombre puede desafiarlas leyes físicas ponerse a caminar sobre el mar, ingerircianuro de potasio, tomar con la mano un cable eléctrico, peroa costa de su propio pellejo, es decir de su vida. El hombre nosólo puede intentar de subir sino puede resultar en realidadun mensaje de la historia pero ésta se venga de él a la postre,no muy tarde, con menos rigor de la naturaleza, y conconsecuencias mucho más funestos, más terribles que si sehubiera pretendido controlar una ley física con consecuenciasmás terribles y funestas, porque el desprecio del mensaje histórico es siempre colectivo; y el traumatismo que produce taldesdén alcanza por tanto no sólo a los culpables directos delolvido del precepto de la historia sino a las masas inocentes detodo un pueblo, de los pueblos vecinos y ahora y aun de lahumanidad entera”
Soy consciente de que intentar recuperar la conciencia histórica con la verdad y los hechos comprobados de forma empírica validando los resultados, es un intento baldío; porque mentes embotadas por una ingeniería social masónica encuadrada dentro de una planificación deconstructiva de la verdad en nuestra nación, para modificar la cosmovisión colectiva son campo yermo para estas semillas.
Estoy seguro de que estos representantes de la soberanía nacional antipatriotas y contrarias a los hechos verificados y veraces no harán el más mínimo esfuerzo por acercarse al pasado de nuestra historia colectiva. Si quieren representar a España primero fórmense, segundo infórmense, y tercero hagan juramento ante la memoria colectiva de nuestros antepasados de que no van a traicionar tanta sangre derramada por lograr consolidar una idea colectiva.
Izquierda de este país que tanto daño ha hecho en el presente y en el pasado, deje de conspirar contra España, contra los españoles, abandonen las estrategias de extensión del socialismo erradicando cualquier atisbo de desarrollo y de progreso, cómo lo están haciendo en todo el Cono Sur de la América hispana, de las antiguas “Españas” por la agenda Sao Paulo o la agenda del Grupo Puebla que es la versión edulcorada del proyecto castrista. Váyanse si no son capaces de defender con ahínco el futuro de nuestras generaciones futuras. No les dejen un poso de deshumanización y de vaciamiento existencial, de penuria intelectual.
Comunidad Hispanista / Patricio Lons, La gloriosa historia del Batallón San Patricio formado por irlandeses, que pelearon por la libertad de México contra el ejército invasor de los Estados Unidos
En 1711 se publica en Inglaterra: «Propuesta para Humillar a España».
Un panfleto denigrante, con la intención de convencer a los inversionistas británicos del lucro que implicaba dividir sudamérica.
Básicamente dice, que separando la estructura minera (Perú y Alto Perú) de la estructura de carne vacuna (Pampas de Buenos Aires) y de la estructura de hierba mate (Paraguay), la producción armónica de una América del Sur minera y, consecuentemente,
industrial es imposible.
Toda esta estrategia se implementaría a través del Plan Operativo Británico de 1804 de Thomas Maitland (Plan Maitland), en el que será instruido, entre otros a San Martín.
La emancipación se pudo haber realizado de muchas maneras, pero los británicos impusieron la suya, facturaron e impusieron en tantos trozos como les fuera de su interés, generalmente un país par cada puerto marítimo.
Se llevaron a Londres todo el oro correspondiente a las haciendas virreinales, controlaron las economias y monopolizaron el comercio exterior.
Enfrentaron a los nuevos países unos contra otros, hermanos contra hermanos, por unas fronteras que nunca antes existieron, realizando el negocio redondo de vender las armas a ambos bandos.
Con todo el saqueo realizado, promocionaron su colonialismo por Asia y el Pacífico, por África y el Atlántico.
La participación de USA a petición de los Británicos, en la Primera Guerra Mundial, hizo que les cedieran a los estadounidenses, el control económico americano en compensación, al igual que hizo tras la Segunda Guerra Mundial, con todas sus posesiones y control comercial, en el Pacífico.
Entre anglosajones se repartieron el mundo hasta nuestros días.
Interesante libro de este profesor, doctor en Filosofía, donde apunta la importancia de la Hispanidad para resolver el nudo gordiano que nos afecta a los hispanos en nuestra decrepitud inducida por los nuevos poderes emergentes desde el siglo XVIII.http://www.gratisdate.org/archivos/pdf/34.pdf
En el siguiente link de la web de Hispanismo se puede descargar el libro, dando por supuesto que el autor lo permite.
LOS INDIOS DE PASTO CONTRA LA REPÚBLICA de Jairo Gutierrez
Un excelente tratado sobre la resistencia de los indígenas a la independencia.
El libro de Borja Cardelus«La Civilización Hispánica» es de naturaleza divulgativa, para todos los públicos. De muy buena factura, excelentes ilustraciones y especialmente valioso para valorar lo que fue y sigue siendo la hispanidad como constructo material y espiritual para todo el universo Hispano.
Se puede encontrar en Internet, pero no nos permiten ponerlo por su excesivo peso.
En este libro se revelan las tramas que llevaron a iniciar la ruptura catalana en España, derivadas de los negocios turbios.
Más de lo mismo.
Uno de los muchos libros del presidente de esta Asociación. El nacionalismo periférico que busca la fragmentación de la Nación es el caballo de Troya de intereses foráneos. Es el enemigo de dentro.
Todo el mundo ha oído mencionar a la Agenda 2030, pero no todo el mundo conoce las verdaderas intenciones de los amos del mundo. Si no conocemos la gran operación del reseteo mundial y las consecuencias que ello tiene desde todos los ángulos para la humanidad, no podemos entender el resto de las cosas que han sucedido, que suceden, y que, si no lo evitamos, vendrán para desgracia de todo el mundo, pero sobre todo para la Hispanidad, donde estamos siendo conejillos de Indias de un gran experimento social. Pondremos el enlace de descarga cuando la editorial y el editor lo permita, ya que este libro acaba de salir al mercado.
«Es decir, que la leyenda creada hace tres siglos por Guillermo de Orange, corregida y aumentada por nuestros enemigos políticos y religiosos exagerada más tarde por el desdén que inspiró a todos nuestra lamentable decadencia, perdura en la mente de nuestros contemporáneos. Y como la vida moderna, con sus apremios, no permite dedicar tiempo a estudios eruditos ni a investigaciones personales, predomina y se impone el criterio de las obras de vulgarización —más o menos inspirado en esa leyenda— y da lugar, de cuando en cuando, a movimientos de opinión tan molestos y vergonzosos para España como aquellos de que fueron teatro las grandes capitales de Europa en fecha no muy lejana todavía.»
Rómulo de Carbia
ROMULO D. CARBIA (finales del siglo XIX) Doctor en Historia Americana y Profesor titular en las Universidades de Buenos Aires y La Plata
«Y me detengo aquí, al rematar la presentación de cuanto difunde la Leyenda, para decir, con la más rancia lealtad, que faltaría alas normas que me he impuesto si ocultara que la historia de la conquista de América no está limpia de actos de violencia que son muy ciertos. Pero asevero que lo que no puede admitirse es que ellos constituyeran lo vertebral de todas las jornadas o que éstas obedecieran a. una como sistematización de la crueldad, calculada y dirigida desde arriba. Obra de hombres, la Conquista fue como tal un conjunto de acciones diversas en las que, desde, luego, no predominaron la perversidad ni el dolo. Hechos inicuos los hubo, más o menos repudiables según sea la posición espiritual de quien los juzga, y más o menos explicables también, según sea, a la vez, la comprensión que se tenga de la época y del lugar geográfico en que se consumaron. Y no es que pretenda justificar lo que no tiene justificación cristiana, Si, simplemente mover a reflexión a quienes, olvidando las diferencias de tiempo y de situaciones ideológicas, sentencian sobre asuntos del pasado como si se tratara de cosas de nuestra hora presente y de nuestra más inmediata vecindad. En cierto momento fue la guerra para los castellanos —primero en la lucha contra el moro, después en la religiosa que encendió la Reforma— una verdadera cruzada en la que los soldados se empeñaban bajo el halago del galardón celeste, prometido a los justos. Es sólo por ello que el tratadista militar Villalobos pudo escribir con fundamento: «Hagamos diligencia para que en nuestro oficio, matando e hiriendo, enderecemos nuestras acciones a hacer esto en defensa de la fe de Nuestro Señor Jesucristo, para que con su favor y en su servicio, a lanzadas y cuchilladas ganemos el cielo» .
José María Iraburu (sacerdote e historiador) Hechos de los Apóstoles en Hispanoamérica
«Al Descubrimiento siguió la Conquista, que se realizó con una gran rapidez, en unos veinticinco años (1518-1555), y que, como hemos visto, no fue tanto una conquista de armas, como una conquista de seducción –que las dos acepciones admite el Diccionario–. En contra de lo que quizá pensaban entonces los orgullosos conquistadores hispanos, las Indias no fueron ganadas tanto por la fuerza de las armas, como por la fuerza seductora de lo nuevo y superior. ¿Cómo se explica si no que unos miles de hombres sujetaran a decenas de millones de indios? En La crónica del Perú, hacia 1550, el conquistador Pedro de Cieza se muestra asombrado ante el súbito desvanecimiento del imperio incaico: «Baste decir que pueblan una provincia, donde hay treinta o cuarenta mil indios, cuarenta o cincuenta cristianos» (cp.119). ¿Cómo entender, si no es por vía de fascinación, que unos pocos miles de europeos, tras un tiempo de armas muy escaso, gobernaran millones y millones de indios, repartidos en territorios inmensos, sin la presencia continua de algo que pudiera llamarse ejército de ocupación? El número de españoles en América, en la época de la conquista, era ínfimo frente a millones de indios. En Perú y México se dio la mayor concentración de población hispana. Pues bien, según informa Ortiz de la Tabla, hacia 1560, había en Perú «unos 8.000 españoles, de los cuales sólo 480 o 500 poseían repartimientos; otros 1.000 disfrutaban de algún cargo de distinta categoría y sueldo, y los demás no tenían qué comer»… Apenas es posible conocer el número total de los indios de aquella región, pero solamente los indios tributarios eran ya 396.866 (Introd. a Vázquez, F., El Dorado). Así las cosas, los españoles peruanos pudieron pelearse entre sí, cosa que hicieron con el mayor entusiasmo, pero no hubieran podido sostener una guerra prolongada contra millones de indios. Unos años después, en la Lima de 1600, según cuenta fray Diego de Ocaña, «hay en esta ciudad dos compañías de gentileshombres muy honrados, la una [50 hombres] es de arcabuces y la otra [100]de lanzas… Estas dos compañías son para guarda del reino y de la ciudad», y por lo que se ve lucían sobre todo en las procesiones (A través cp.18). Se comprende, pues, que el término «conquista», aunque usado en documentos y crónicas desde un principio, suscitará con el tiempo serias reservas. A mediados del XVI «desaparece cada vez más la palabra y aun la idea de conquista en la fraseología oficial, aunque alguna rara vez se produce de nuevo» (Lopetegui, Historia 87). Y en la Recopilación de las leyes de Indias, en 1680, la ley 6ª insiste en suprimir la palabra «conquista», y en emplear las de «pacificación» y «población», ateniéndose así a las ordenanzas de Felipe II y de sus sucesores. La conquista no se produjo tanto por las armas, sino más bien, como veíamos, por la fascinación y, al mismo tiempo, por el desfallecimiento de los indios ante la irrupción brusca, y a veces brutal, de un mundo nuevo y superior. El chileno Enrique Zorrilla, en unas páginas admirables, describe este trauma psicológico, que apenas tiene parangón alguno en la historia: «El efecto paralizador producido por la aparición de un puñado de hombres superiores que se enseñoreaba del mundo americano, no sería menos que el que produciría hoy la visita sorpresiva a nuestro globo terráqueo de alguna expedición interplanetaria» (Gestación 78)… Por último, conviene tener en cuenta que, como señala Céspedes del Castillo, «el más importante y decisivo instrumento de la conquista fueron los mismos aborígenes. Los castellanos reclutaron con facilidad entre ellos a guías, intérpretes, informantes, espías, auxiliares para el transporte y el trabajo, leales consejeros y hasta muy eficaces aliados. Este fue, por ejemplo, el caso de los indios de Tlaxcala y de otras ciudades mexicanas, hartos hasta la saciedad de la brutal opresión de los aztecas. La humana inclinación a hacer de todo una historia de buenos y malos, una situación simplista en blanco y negro, tiende a convertir la conquista en un duelo entre europeos y nativos, cuando en realidad muchos indios consideraron preferible el gobierno de los invasores a la perpetuación de las elites gobernantes prehispánicas, muchas veces rapaces y opresoras (si tal juicio era acertado o erróneo, no hace al caso)».
Jairo Gutierrez Ramos. Los indios de Pasto contra la República.
La política de la reducción de los indios a pueblos
«El proyecto de reducir los indígenas americanos a una vida “en policía”, es decir, a una vida urbana a la manera europea, tuvo un origen temprano de inspiración religiosa. Según los primeros curas doctrineros llegados a las Antillas, la obligación impuesta a la corona española por las bulas de Alejandro VI, de adoctrinar a los indios en la fe católica, resultaría imposible de cumplir, con grave cargo para la conciencia real, si no se los juntaba a la manera española a fin de facilitar las labores de adoctrinamiento y control social asignadas a los frailes y curas doctrineros. Según sus argumentos, solo poblando a los indios “a son de campana”, es decir, en aglomeraciones urbanas bajo el control directo de los clérigos, se podía garantizar su cristianización y civilización. Por eso en la “Instrucción para el gobierno de las Indias” de 1503, los Reyes Católicos consideraban necesario que los indios se asentaran en pueblos, «en que vivan juntamente y que los unos no estén apartados de los otros por los montes, y que allí tengan cada uno su casa habitada, con su mujer e hijos, y heredades, en que labren, siembren y críen sus ganados, y encada pueblo de los que se hicieren haya Iglesia y capellán que tenga cargo de los doctrinar y enseñar en nuestra Santa Fé católica». En el mismo sentido, aunque de manera más detallada y explícita, se pronunció el cardenal Cisneros en su Instrucción a los Jerónimos destinados al Gobierno de la isla La Española en 1516. En ella se estipulaba, con respecto a la reducción de los indios a pueblos: «Débense hacer los pueblos de trescientos vecinos, poco más o menos, en el cual se hagan tantas casas cuantos fueren los vecinos, en la manera que ellos las suelen hacer […] Que se haga una iglesia, lo mejor que pudieren, y plazas y calles en tal lugar. Una casa para el cacique, cerca de la plaza, que sea mayor y mejor que las otras, porque allí han de concurrir todos sus indios, y otra casa para hospital […] En cada pueblo, término convenientemente apropiado a cada lugar, antes más que menos, por el aumento que se espera Dios mediante; término que habéis de repartir entre los vecinos del lugar, dando de la mejor a cada uno de ellos parte de tierra donde puedan plantar árboles y otras cosas y hacer montones para él y su familia, y al cacique tanto como a cuatro vecinos, lo más para ganados […]». Con la misma justificación, una política idéntica se puso en marcha en el continente, aunque, como en las islas, con resultados muy inciertos, como quiera que una de las formas más obvias de los indígenas para resistir los abusos de los encomenderos y los clérigos era la fuga hacia lugares remotos, fuera de su alcance66. Entre tanto, a la par con las denuncias y reclamos de los primeros frailes y funcionarios indigenistas, la corona inició una ofensiva jurídica y política para poner freno a los excesos de los conquistadores y recuperar gradualmente los poderes y prerrogativas cedidos a estos a través de las primeras capitulaciones. El primer intento formal por menguar el poder de los encomenderos se concretó en las leyes de Burgos de 1513, pero el más audaz y radical tuvo lugar en las leyes nuevas de 154267, las cuales sirvieron de pretexto a los conquistadores para iniciar una poderosa resistencia, especialmente en el Perú, donde la muerte del virrey Blasco Núñez Vela colmó la paciencia del emperador Carlos y dio inicio al proceso de pacificación y reorganización de la administración colonial, confiado al licenciado Pedro de La Gasca, quien derrotó a Gonzalo Pizarro en 1548 y lo hizo ejecutar en la plaza del Cusco, poniendo término de este modo a la época turbulenta de las guerras civiles y sentando las bases para la transición definitiva del control del poder de manos de los conquistadores y encomenderos a la monarquía absolutista hispana. La coincidencia de la crisis colonial con las afugias metropolitanas tuvo, entre otras consecuencias, la proliferación de documentos que proponían las explicaciones y las eventuales soluciones que los autores, desde sus puntos de vista y sus intereses particulares vislumbraban. Naturalmente uno de los aspectos cruciales en los debates que se iniciaron tanto en el Perú como en la metrópoli sobre la situación colonial fue el de los conquistadores, las encomiendas y los encomenderos, y su relación con el poder real y con los indígenas andinos. En el Perú, como en el resto del Imperio hispánico, la disputa se polarizó entre quienes defendían el derecho de conquista y quienes abogaban por la conservación de los indios. Entre los primeros se alinearon los ideólogos de la legitimidad de la Conquista y el sometimiento de los indígenas americanos, y del “derecho” de los conquistadores a establecer en América una sociedad señorial con ellos y sus descendientes a la cabeza. Su objetivo fundamental era perpetuar las encomiendas y la servidumbre indígena. El otro bando, más preocupado por la conservación y bienestar de los indios y por preservar a la real conciencia de la culpa inherente a la destrucción de las sociedades aborígenes, denunció los abusos y exageradas pretensiones de los conquistadores, cuya desaforada ambición ponía en peligro no solo la evangelización y la supervivencia de los indios, sino la soberanía real en los territorios recién anexados a la corona española y hasta la salvación de sus almas. Su objetivo central era la abolición de las encomiendas y la centralización del poder y la fiscalidad en manos de la monarquía. La derrota de los conquistadores y encomenderos encabezados por Gonzalo Pizarro, por parte del ejército comandado por La Gasca, significó el fin del “tiempo revuelto”, la ruptura de la hegemonía de los encomenderos y el apuntalamiento definitivo del absolutismo hispánico. Una vez consolidado su éxito militar y político, el propio La Gasca puso en marcha una serie de medidas tendientes a reorganizar la administración colonial. Entre estas conviene destacar el desarrollo de una política indigenista conducente a consolidar la “república de los indios” en el Perú, en concordancia con las normas expedidas por la monarquía. Para ello ordenó una visita general de empadronamiento y tasación de los indios tributarios. Al mismo tiempo, un grupo de religiosos solicitó al rey la expedición de una cédula que ordenara la fundación de pueblos de indios, pues la gran mayoría de los aborígenes vivían dispersos o, a lo sumo, en pequeñas aldeas que existían desde el tiempo de los incas escasas y alejadas unas de otras.
La constitución de los pueblos de indios en el Virreinato del Perú dificultando la labor de los misioneros. La solicitud incluía la sugerencia de establecer un Gobierno capitular en los pueblos de indios, así como la erección de iglesia o capilla, cárcel, corrales y dehesas en cada pueblo, a la manera de los municipios españoles y tal como ya se había ensayado en algunos lugares de Mesoamérica. El resultado de la gestión eclesiástica fue la expedición de una cédula real dirigida a la audiencia de Lima para que pusiese en marcha la reducción de los indios a pueblos, en acuerdo con los prelados residentes en el Perú. Esta fue, a juicio de Waldemar Espinoza, la primera disposición dirigida a organizar las “repúblicas de indios” en aquel lugar. Los resultados inmediatos de lo dispuesto por la corona fueron las ordenanzas expedidas por la audiencia con el fin de meter en orden y policía al abigarrado grupo de indios que vivían en el interior y en los arrabales de la ciudad, designando a dos regidores de indios de entre ellos, para que fuesen los ejecutores de las órdenes y disposiciones de la audiencia. De esta manera se formalizó la tendencia a designar funcionarios dependientes de la corona, socavando cada vez más la legitimidad de las autoridades étnicas tradicionales encarnadas en los curacas. Igualmente, el primer Concilio Limense ordenó en 1552 que las rancherías de indios que circundaban las ciudades de españoles se dividieran en barrios para facilitar su adoctrinamiento y administración religiosa, medida que debía ser puesta en marcha por los obispos y vicarios de cada jurisdicción eclesiástica. Hasta entonces los argumentos para las reducciones de indios seguían siendo exclusivamente religiosos, como quiera que la influencia de los eclesiásticos lascasianos seguía siendo notoria. Pero una vez superada la crisis del medio siglo, la alianza de los religiosos lascasianos encabezada por los obispos de Lima y Charcas, y de la cual formaban parte además un grupo de funcionarios reales y la mayoría de los jefes étnicos, fue derrotada. A partir de la década de 1560 se impuso el criterio de aquellos que procuraban ante todo incrementar a favor del fisco real la rentabilidad de los territorios conquistados, y en ese nuevo contexto se le dio una nueva orientación a la política de poblamiento de los aborígenes. Por ello, la imposición de las reducciones de indios recibió un importante impulso durante el Gobierno del virrey Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete (1556-1560), quien en 1557 estableció en las proximidades de Lima el pueblo de Santa María Magdalena de Chacalea, donde hizo juntar indios de tres parcialidades y construir el pueblo según el modelo hispánico: calles rectas con manzanas cuadradas, plaza ceremonial y plaza de mercado con asignación de solares, huertas y parcelas vecinales, y tierras de comunidad; y estableció el Gobierno capitular designando alcaldes, regidores, alguaciles y los demás funcionarios habituales en los cabildos españoles. De esta manera, La Magdalena de Chacalea se constituyó, en sentido estricto, en el primer pueblo o comunidad de indios que se formalizó en el ámbito del virreinato peruano. La oposición de los encomenderos obstruyó las intenciones del virrey, dificultando la multiplicación de las reducciones de indios. No obstante, en 1559 ordenó al corregidor del Cusco, el licenciado Polo de Ondegardo, reducir a cuatro pueblos los cerca de veinte indios que se apiñaban en los alrededores de la ciudad imperial. Un año después, el mismo virrey expidió ordenanzas estableciendo en cada pueblo la elección anual de alcaldes indios.»
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Ramiro de Maeztu. (Asesinado por las hordas rojas por defender la Hispanidad) Defensa de la Hispanidad
«Mucho bueno hizo el siglo XVIII. Nadie lo discute. Ahí están las Academias, los caminos, los canales, las Sociedades económicas de los Amigos del País, la renovación de los estudios. Embargados en otros menesteres, no cabe duda de que nos habíamos quedado rezagados en el cultivo de las ciencias naturales, porque, respecto de las otras, Maritain estima como la mayor desgracia para Europa haber seguido a Descartes en el curso del siglo XVII, y no a su contemporáneo Juan de Santo Tomás, el portugués eminentísimo, aunque desconocido de nuestros intelectuales, que enseñaba a su santo en Alcalá. El hecho es que dejamos de pelear por nuestro propio espíritu, aquel espíritu con que estábamos incorporando a la sociedad occidental y cristiana a todas las razas de color con las que nos habíamos puesto en contacto. Ahora bien, el espíritu de los pueblos está constituido de tal modo, que, cuando se deja de defender, se desvanece. No vimos entonces que la pérdida de la tradición implicaba la disolución del Imperio y por ello la separación de los pueblos hispanoamericanos. El Imperio español era una Monarquía misionera, que el mundo designaba propiamente con el título de Monarquía católica. Desde el momento en que el régimen nuestro, aun sin cambiar de nombre, se convirtió en ordenación territorial, militar, pragmática, económica, racionalista, los fundamentos mismos de la lealtad y de la obediencia quedaron quebrantados. La España que veían a través de sus virreyes y altos funcionarios, los americanos de la segunda mitad del siglo XVIII, no era ya la que los predicadores habían exaltado, recordando sin cesar en los púlpitos la cláusula del testamento de Isabel la Católica, en que se decía que: «El principal fin, e intención suya, y del Rey su marido, de pacificar y poblar las Indias, fue convertir a la Santa Fe Católica a los naturales», por lo que encargaba a los príncipes herederos: «que no consientan que los indios de las tierras ganadas y por ganar reciban en sus personas y bienes agravios, sino que sean bien tratados.» No era tampoco la España de que, después de recapacitarlo todo, escribió el ecuatoriano Juan Montalvo: «¡España, España! Cuanto de puro hay en nuestra sangre, de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti te lo debemos.»»
Manuel de Paz Sánchez. La masonería y la pérdida de las colonias.
«Cierta literatura histórica que, en los últimos años, hemos convenido en denominar complotista no dudó, desde el primer momento, en atribuir a la masonería un papel director en los procesos de emancipación, tanto en Cuba como en Filipinas. Valgan, a modo de breve muestra sobre las que luego volveremos, las afirmaciones del general Camilo García Polavieja, gobernador y capitán general de Cuba y Filipinas en dos momentos cruciales, es decir, antes y durante el proceso emancipador, respectivamente. En 1892, cuando finalizaba su mandato en la Perla del Caribe, escribió: «No han sido extrañas tampoco a la descomposición del partido español las logias masónicas, que aquí siempre tuvieron, tienen y tendrán carácter e influencia política», e indicó que las logias fueron los centros donde se prepararon las intentonas de rebelión anteriores al 68, y en las que también se fraguó la insurrección de Yara, según han manifestado nuestros mismos enemigos en los libros y folletos que han publicado con relación a todos aquellos sucesos. Esta influencia masónica había llegado al extremo, según escribió también, de torcer la conciencia de los españoles peninsulares que, ignorantes de tales manejos políticos, se dejaban llevar por sus «hermanos» masones hacia planteamientos que él entendía contrarios a sus verdaderos intereses. Aunque por determinados autores se sigue otorgando cierta credibilidad a las tesis sobre la implicación de la Orden del Gran Arquitecto del Universo en los procesos que condujeron a la emancipación colonial, parece más cierto, como ha subrayado Sánchez Ferré en un estudio ya clásico, que en el caso concreto de Filipinas llegado el momento de la radicalización y de las definiciones claras, los masones filipinos se inclinaron en gran mayoría por el independentismo y los masones españoles no se movieron de donde siempre habían estado: la política asimilista y el anticlericalismo. Pero, además, tal como destaca el autor mencionado, la aventura filipina le costó a la masonería española la práctica inactividad entre 1896 y 1900, y la mayoría de las logias no volvieron a reorganizarse hasta los inicios del siglo XX. La derecha más conservadora nunca le perdonaría al gran maestre del Grande Oriente Español, Miguel Morayta, la «traición a la patria» y cuando en 1899 este republicano consiguió el acta de diputado por Valencia, «la Iglesia se lanzó enervada a evitar que el gran traidor se sentara en el Parlamento, lo cual, evidentemente, no consiguió».
Tal como ha destacado Susana Cuartero, al analizar la trayectoria histórica de la masonería española en el archipiélago filipino, no podemos negar que la Institución hizo política por y para Filipinas, pero siempre dentro del marco de la legalidad y con el único fin de conseguir reformas y asimilación, lo cual era perfectamente lícito ya que, en Filipinas, no se respetaba el marco constitucional español por carecer de vigencia, en tanto que territorio colonial. Fracasada la vía pacífica y desencantados de la línea moderada, determinados dirigentes –cuyo paradigma fue José Rizal–, optaron por la «rebelión como medio de conseguir la independencia lo que dio lugar a que durante un tiempo se confundieran reformismo, asimilismo, independentismo, masonería y katipunan». En esta situación la más perjudicada fue la propia masonería española, al resultar «culpada de la pésima actuación ejecutiva y legislativa del gobierno de Pedro Sánchez Ferré: Nada tiene de extraño, en fin, que en determinadas circunstancias históricas y en países como los que integraban el antiguo Imperio español, las logias mostrasen cierta tendencia a ocupar el espacio de sociabilidad que las organizaciones políticas, más o menos débiles, no podían asumir con plenitud. En estas circunstancias el factor de conspiración revolucionaria y romántica parece adquirir plena justificación por cuanto, además, es difícil sustraerse, dado el carácter reservado y discreto de la masonería, a la tentación de utilizarla como infraestructura organizativa de la revuelta. En este sentido, el debate sobre los grandes ideales de la emancipación, que parecería superior a cualquier creencia o principio establecido por normas de carácter interno, y la influencia, en numerosas ocasiones, de masones ingleses y norteamericanos, presuntos depositarios de la máxima regularidad masónica, a la hora de erigir talleres en América Latina, como forma de resistencia ideológica y cultural frente a las viejas instituciones y como modelos alternativos de convivencia democrática, parecen ser, entre otros, algunos de los factores que permitirían explicar la participación de la masonería en la organización de las luchas por la liberación nacional. Con todo, no deja de llamar la atención que aquellos territorios hispánicos pioneros en la implantación de la masonería como fueron Santo Domingo y, en especial, la isla de Cuba fueran precisamente los que, aparte de Puerto Rico, permanecieron más tiempo bajo tutela española en América y, desde luego, no siempre contra la voluntad de la mayoría de sus ciudadanos. Fieles, sin embargo, a sus principios de solidaridad, libertad y tolerancia, algunas logias no dudaron en dar pruebas de simpatía hacia la lucha que, a partir de 1868, iniciaron los cubanos contra el dominio colonial. La logia Taoro, Nº 90 de La Orotava (Canarias) –erigida poco antes bajo los auspicios del Grande Oriente Lusitano Unido, lo mismo que otros muchos talleres españoles de la época–, justificó en 1875 la actitud independentista del cubano Tomás Acosta –oriundo del Archipiélago, natural de La Habana y propietario–, cuando solicitó su iniciación, puesto que, según los tres informes de aplomación, dicho individuo hace cosa de seis años que ha vivido en los Estados Unidos de América, de donde se trasladó a La Habana, para luego hacerlo a esta Villa: que durante los tres o cuatro meses que reside en ella ha observado una conducta intachable, su carácter es afable: ama a su patria, la que tuvo que abandonar a causa de los abusos cometidos por los tiranos que la gobiernan, y explotan, contra los que aspiran a su libertad en virtud de un derecho natural y legítimo que todo ciudadano libre y honrado debe ejercitar como lo ha hecho Acosta; y por último posee la instrucción necesaria para comprender las cuestiones que tienden al fin de nuestra Orden.» .
Un libro proscrito.
No es nuestro propósito hacer ningún tipo de apología del régimen de Franco, ni de zaherir con infamias ese régimen. Nuestro propósito es de naturaleza historiográfica y de recuperación de la idea fundante de la Hispanidad. Por ese motivo no vamos a sustraernos a la necesidad de difundir todo tipo de fuentes, y en este caso una de ellas es el libro que Franco escribió sobre la masonería que es un documento importante como enfoque de la temática que nos ocupa, sin sustraer al lector de la valoración que considere más oportuna.
Este es el libro con el pseudónimo de autor que ocultaba la verdadera identidad del mismo.
Quito fué España. Es uno de los libros absolutamente imprescindibles para entender lo que realmente fue la Hispanidad y desmitificar las falacias y manipulaciones derivadas de la Leyenda Negra y del ataque sistemático contra la Hispanidad y contra la metrópoli de aquel imperio civilizador que fue España. Sin la lectura de este libro no podremos tener una idea ni tan siquiera aproximada de lo que perdió Hispanoamérica y lo que supuso para España como una de las partes de las «Españas» la demolición de ese enorme edificio humanizador que fue aquel Imperio. Núñez del Arco, su autor ha escrito una obra fundamental de la que reseñamos a modo de aperitivo solamente una cita de su parte inicial.
«¿La Independencia liberó a los pueblos de sus opresores? ¿Cómo explicarse que la llamada Guerra de Independencia haya durado más de 15 años en la América del Sur? ¿Cómo explicarse que nuestra región, la llamada en nuestros días América Latina, sea la más involucionada del mundo tan sólo después de África? ¿Cuáles son las causas de todo esto? Es en el período que ha sido denominado como de «Independencia», cuando se conforman ex-novo los actuales estados-nación de la América Hispana o, mejor dicho, de la España americana, por la sola acción de un puñado de oligarcas, sedientos de mayores esferas de poder y de riqueza de las que ya gozaban, orquestados bajo la dirección del conocido principio divide et imperade la política colonial británica, donde podemos encontrar las respuestas para las dolencias que nos aquejan hasta el día de hoy. La acumulación agropecuaria en el sector primario, el estancamiento en una fase agraria de nuestros países y sociedades, de nuestras economías, impidiendo la normal evolución hacia los sectores secundario y terciario de la cadena productiva, o sea,la nunca realizada revolución industrial, y la ausencia de significativos desarrollospolítico-culturales y, por extensión científico-técnicos, se explican con facilidad tomando como punto de referencia el período de la «independencia» y lo que ocurrió en las inmediatas décadas posteriores, producto exclusivo de esta etapa.
Francisco Núñez del Arco Proaño afirma que la Independencia o las independencias hayan liberado a los pueblos de sus opresores es una falacia absoluta que no sostiene el rigor histórico más elemental. Dicha falacia oficialista se sustenta a través del elenco de mentiras impuestas verticalmente por una mitología artificial cocinada ad hocque sirvió entonces y sirve aún hoy para legitimar la existencia de las bananeras repúblicas americanas, instrumento político cuya razón de ser consiste única y exclusivamente en facilitar inmunidad plena a la explotación del colonialismo financiero internacional.¿Quiénes eran y son los opresores y cuáles los oprimidos?Una evidencia fácilmente constatable de lo sucedido es que la Guerra de la Independencia en América del Sur se extendió por más de 15 años, casi el triple del tiempo que duró la Segunda Guerra Mundial, y eso tomando en consideración la tenacidad del soldado alemán y la incomparable capacidad industrial del continente europeo. ¿Cómo y por qué se extendió entonces tanto un conflicto donde supuestamente la inmensa mayoría de la población nativa: criollos, mestizos, indios, negros, mulatos… se posicionaron ab initioy sin fricciones a favor de la independencia? ¿Cómo se entiende que cerca de 20.000.000 de abnegados patriotas americanos necesitaran tantos años para doblegar a menos de 50.000 peninsulares de toda condición -hombres, mujeres y niños-residentes en la América? En el censo mexicano de 1827 aparecen catalogados 7.148 españoles peninsulares dentro de una población de más de 6.000.000 de habitantes nativos. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que seis millones de personas precisarán más de 15 años de luchas fratricidas para reducir a un núcleo de 7.000, del que siendo generosos quizás sólo una cuarta parte son hombres en edad militar?Analicemos otra evidencia. Las últimas guerrillas realistas en rendirse fueron: 1839, capitulación de las guerrillas realistas indias del Perú; 1845, rendición y exterminio de las guerrillas negras, pardas y mulatas dirigidas por un indio en Venezuela; 1861, derrota de los últimos reductos realistas de Sudamérica en la región india de Araucanía al sur de Chile -nunca incorporada a la Quito fue España 19Monarquía Hispánica, curiosamente-. Es más que notable que los últimos reductos realistas hayan sido sostenidos precisamente por integrantes delos grupos étnicos que, supuestamente, más quisieron liberarse del «saqueo» sufrido durante trescientos años.»